30 junio 2007

El Principito o la redención por nuestra propia infancia



Foto tomada de: www.poveda.edu.ar

(Hoy necesitaba hacer una pequeña entrada distinta, por pura necesidad de contradecirme y porque este blog no tiene más pretensión que la de compartir y dialogar, y hoy necesitaba compartir lo profundo).

Cuando era un niño, de edad que no se datar con exactitud, me regalaron el libro de El Principito. Recuerdo que lo leí en dos tardes apasionadas. Aún recuerdo que nada me pudo distraer de sus páginas hasta llegar al final, y recuerdo quedar impresionado por la belleza de esa lectura. En la infancia leer es lo mismo que soñar, que visitar otros mundos que presentimos que nos esperan en nuestro futuro. Leer es una manera de saciar un poco la sed de existir deseando ser el protagonista de muchas aventuras, o lo que es lo mismo, el deseo de vivir la vida con intensidad.

El libro me gustó, pero la primera reacción que tuve fue de extrañeza por el punto de vista que se desarrolla en torno a la idea de “la domesticación”. Para el Principito esa realidad es igual a crear lazos profundos entre los seres. A mí personalmente la domesticación me recordaba a aquella vecina anciana que tenía un pequeño caniche al que vestía con ridículos trajes que a mi modo de ver le robaban al perro su alma de perro y lo convertían en una triste caricatura de un ser humano. También porque reconocía en muchos adultos ese mismo afán por la domesticación de los niños, o lo que es lo mismo el amor condicional: si haces esto te quiero y si no lo haces te dejo abandonado en la más profunda de las indiferencias. Algo que producía asfixia, miedo, desconfianza en uno mismo y profunda tristeza. Vamos, que a esa edad incierta que no se datar, me daba perfecta cuenta del rollo que se traían entre manos algunos adultos y que era tratar de convertir a los niños en una copia a su imagen y semejanza a través del chantaje del afecto y del cariño. Afortunadamente en mi vida de niño encontré a muchos adultos que no tenían ese afán, que sencillamente me enseñaban a ser sin adoctrinamiento. A su lado sentía que a uno con todos los respetos le dejaban ser, y al hacerlo como si uno tuviera ya un espacio propio a su lado. La profunda sensación de que pensar, sentir y hacer lo que nacía dentro de uno mismo fuese muy importante, como un pequeño tesoro escondido. La infancia es también la edad de la mayéutica, es decir, del diálogo, de las muchas preguntas que llevaban a múltiples hallazgos cuando la vida está por descubrir. Y la posibilidad de diálogo era mi manera de conocer el rollo de muchos adultos, pues los había que no dialogaban sencillamente tenían un catecismo, su catecismo esperándote con cara de pocos amigos y sin posibilidad de preguntas o dudas, y tú tenías que ponerte su corsé (y tenían corsés hasta para ballenas) o su mordaza y darles las gracias. Desde entonces desconfío de los salvadores de almas, de patrias, de los pobres, de los benefactores únicos que dedican todos sus esfuerzos para el Bien (con mayúscula) de La Humanidad y que nos salvan de nosotros mismos, y con los que tenemos una deuda de silencio.

Pero vuelvo al libro. Mi fascinación vino por la rosa, pues me parecía un misterio escondido en el libro. Por mucho que en el colegio me aprendiera aquella cantinela de cáliz, corola, estambres y pistilos… A mi modo de ver no explicaba la belleza sencilla de todas las rosas y del resto de las flores. Esa belleza era para mí el umbral de otra realidad que nadie explicaba y que despertaba intensas emociones acrecentadas por la imaginación de un niño. Las hortensias me parecían pequeños planetas de colores atenuados, y las camelias un surtidor salvaje que dejaba un rastro, un camino secreto que dibujaba el viento al extender sus pétalos.

El misterio de la rosa se hizo más grande y no sólo porque una de las chicas que más me gustaba se llamara así, desde que jugando a los adultos me dio un beso en una mejilla que encendió mi imaginación y también me trajo un profundo desengaño (¿las espinas de la rosa? ¿El placer y el dolor pertenecen a la misma realidad?) Pues a Rosa le gustaban más los niños de cursos superiores, más formados y más adultos. Aquella experiencia me dejó la sensación de que todo amor encierra algo de imposible pero me sentía feliz pese a todo por sentir todas aquellas emociones nacer en mí. A fin de cuentas lo imposible que nos habita sacaba a relucir lo mejor de nosotros mismos y eso ya de por sí me parecía un milagro sin necesidad de demostración.

Pero volvamos al asunto. Corrijo mi tendencia a divagar delante de un papel en blanco.

Entonces no caí en la cuenta de toda esa pléyade de de personajes que vivían en el mundo de El Principito pero en planetas separados. Sencillamente algunos de ellos me recordaban a adultos concretos, especialmente el hombre de negocios o el bebedor. Entonces no comprendí ni me pregunté qué podían significar, pero sentía una profunda extrañeza, me daba cuenta de su profunda soledad de islas entre el infinito, de sus razones que no explicaban en el fondo su manera de ser.

Es hoy cuando ya adulto puedo contestarme. Ahora sé por propia experiencia pues me hallo convertido en un adulto que vive seguramente en un asteroide simbólico. Y reconozco desde esa circunstancia que la adultez también está plagada de alienaciones.

Sí, la adultez está plagada de trampas, pues en muchas ocasiones parece estar vacía de lo más fundamental y que nos da sentido, me refiero al ejercicio de la libertad personal, al propio sentido que damos a nuestro existir y a nosotros mismos. Compromisos sociales que nos vacían, la pulsión de la riqueza (y del consumo) es un robo contra el espíritu y contra la vida (¿alguien todavía se cree que el consumo al que estamos habituados es ilimitado, como si el planeta fuera una teta de contenido inagotable?). El doble juego entre lo que pensamos y sentimos en lo profundo, y lo que representamos en la realidad social. Ser no ya lo que somos un misterio inasible, un camino único e irrepetible, sino definirnos hasta en una conversación trivial de lo que tenemos en propiedad incluida nuestra pareja (aunque la relación lleve sin funcionar hace tiempo, eso parece ser lo menos importante). El “realismo” de nuestros planteamientos defendido con intolerancia frente a las posibilidades no vividas de nuestra propia vida o de la vida de los demás, negación de nuestro propio dudar y cuestionar. Ese llamar “depresión” a todo experimentar nuestras propias emociones que nos apartan de la normalidad vacía, cuando en realidad son señales de algo más profundo y dan cuenta en el silencio del atropello que sucede en nuestro existir, de nuestro drama interior.

Sí, la adultez está llena de trampas y en mitad de ellas, presiento que sólo tú, Pequeño Príncipe, me salvarás. Tú que mirabas con ojos nuevos toda realidad. Tú que percibías más allá de las racionalizaciones que los adultos somos capaces de darnos y que resultan hipócritas para conservar las apariencias y la imagen poderosa de uno mismo aunque sea humo negando nuestra íntima fragilidad. Esa terrible manera de enredar la realidad y nuestras propias razones ante ella y que muchos llaman “su” sensatez.

Sé que volverás a visitarme en forma de poema. En forma de rosa a la manera en que llegan las rosas en las primaveras inesperadas. En forma de sueño hecho de extraña luz que transforma. En forma de recuerdo que impredecible retorna a la conciencia. En suceso extraordinario porque sencillamente tocará en un silencio clamoroso la urdimbre de nuestra propia historia, su sentido, dialogando con el fondo misterioso de nuestra propia vida única, como si fuera la mano misteriosa que toca las cuerdas de nuestro corazón y despierta la música dormida que siempre fuimos.

Porque sé que volverás, querido Principito, a visitarme. He de decirte que he querido construir un asteroide distinto. Donde soy consciente de que existir es construir un sentido con materiales precarios: La existencia no es un cheque en blanco; un cuerpo que envejece; un tener que ganarse el pan adulto vendiendo el tiempo al mejor postor en trabajos sin sentido (dicen que el contrato laboral es la suprema manifestación de la libertad personal); lo intraducible de nuestra vida que llamamos soledad; la incomunicación afectiva, auténtica peste de nuestro tiempo; una realidad que respiro que muchas veces no tiene nada de respirable ni de amable y resulta opaca y árida, y nos cierra las puertas y nos deja muchas veces maltrechos.

He de decirte que aprendí de ti que quiero vivir siendo fiel al sentido que quiero imprimir a mi propia vida. Sí, vivir como si se tratara de una obra de arte, una obra invisible, vulnerable, abierta, construida contra el tiempo, contra toda negación de nuestro ser en el pairo de todo lo que nos ocurre. Pues sé que sólo eso me salvará al final de mis días de la angustia de no haber vivido realmente como hubiese querido, habiendo delegado mi existir en sus circunstancias arbitrarias, en el miedo de ser, en el conformismo, en el cerrar los ojos para no ver lo que estaba viendo.

15 comentarios:

Tania dijo...

Querido Juan

Es precioso... me encanta y me llena de emoción lo que escribiste, dice tanto de ti... También pienso en ello, en las trampas del mundo adulto donde nuestra esencia es robada, el polvo de los días llenos de obligaciones, la busqueda por ser... Alberto Caeiro, en un lindo poema, dijo: “Busco desnudarme de lo que aprendí /Busco olvidarme del modo de recordar que me enseñaron, /Y raspar la pintura con la que me pintaron los sentidos, /Desencajonar mis emociones verdaderas, /Desempacarme y ser yo”...
El Pequeño Príncipe siempre me fascinó, y desde la primera página, cuando el niño dibuja la serpiente que había comido el elefante y los adultos solo veían un sombrero... Mantener al largo del tiempo esos ojos de niño, la capacidad de ver más allá y de maravillarse, es un oficio muy delicado... Pero tú tienes esos ojos y estoy segura que el Principito lo sabe, basta con deternerse un poquito sobre la poesía que se desparrama por todo lo que haces, sobre tus pequeños gestos, para saber sobre ese asteroide distinto, y de esa entrega sincera a la vida...

Ah, y hablando en vida... yo celebro la tuya...

“En el principio la luz y la hora primera
en que los labios aún en el barro
experimentan las cosas del mundo”
Odysséas Elytis

Que la semana te sea especial, hecha de momentos preciosos.

Um abraço com muito carinho.

Tania

Aulo dijo...

Es un libro que tengo pendiente desde hace tiempo, ya no me acordaba, así que gracias por traerlo a mi memoria. Por suerte, a mi, mis padres tampoco me adoctrinaron, dejaron que yo mismo encontrara mi planeta, mis rosas, y mis espinas... por otro lado a mi también me fastidia ese falso heroísmo de los que se creen con toda la razón del mundo e intentan imponerla a los demás, y sí, la soledad es el problema más grande de la sociedad actual, cada uno en su planeta, eso convierte a la gente en monstruos... Se me está ocurriendo algo... Vamos a proponer un meme para intentar cambiar esto, tengo que pensarlo, lo pongo en mi blog. Saludos y gracias

Anónimo dijo...

me han encantado las citas que tienes sobre las fotos y la poesía...el principito, el principito es simplemente genial...no sé cuantas veces lo he releído ya...
saludos

Laura dijo...

Juan: Tengo que decirte que me siento totalmente identificada con tu lectura del principito. No recuerdo la edad que tenía la primera vez que lo leí, el tema es que seguí leyéndolo después. Sacando frases. Haciendo posters en mi adolescencia. Por los mismos temas que vos mencionas: El zorro y la rosa. La domesticación y el cuidado. Y es muy lindo todo lo que pusiste. Muy lindo como lo escribes y lo trasmites.
En muchos momento sería necesario recurrir al Principito para salvar nuestras vidas...
Un abrazo.

Clarice Baricco dijo...

Vaciaste el alma y me encantó. Tus imágenes se quedaron quietas y le dieron libertad a tus manos.
Gracias Juan.


Abrazos agradecidos a Tania por su fineza a mi persona.

Te abrazo también Juan. Y cuida mucho tus manos.

Osselin dijo...

Buena disertación. Escrito de puertas abiertas a tu alma, que es también la mía.
Curiosamente, si lees mi último post verás que trata de lo mismo.
Desde pequeñitos nos han enseñado la trilogía, mal , bien ,regular.
Y la vida es mucho más. La vida no es un semáforo de tres colores sino de muchos más.
Cuando estamos parados en la acera de la indecisión y vemos que hay un semaforo con tantos colores que hacemos? NO no habían preparado para un semáforo en malva, o en gris.
Yo, lo respondo con música en mi post.
Anda, pasate un momentillo.

Juan B. Morán dijo...

Gracias, querida Tania, también con profundo cariño para ti y esos poemas que siempre traes entre los labios que hablan de otra cultura emocional.

Gracias a ti, Aulo, creo que hay dos alienaciones fundamentales, el robo de la infancia que hace que alguien no tenga libertad interior y una socialización que va en contra de lo humano.

Saludos, Flexo por pasar por aquí y celebro que te guste esta casa.

Laura, y ahora más sabiendo a que te dedicas, creo que la infancia es también el gozo por existir sin demasiadas trampas.

Como siempre emocionado Clarice por tus palabras, en realidad este texto llego casi sin pensarlo demasiado, y quise compartirlo.

Querido José, ya he pasado por tu casa y es cierto hablamos de realidades parecidas y esa foto llena de humana biodiversidad es preciosa, todo un tratado en una sola escritura.

Ando un poco liado y sin mucho tiempo, pero dejo aquí un abrazo emocionado para todos los príncipes que viven en vuestros corazones y mantienen la chispa, esa que es necesaria que como un malabarista se levanta sobre los días.

Miguel Angel Servellón dijo...

Gracias por tu visita y por tus comentarios, es un verdadero honor para mi.
He visto tu pagina y esta llena de mucha cultura y arte, en lo particular esta parte me trae recuerdos de mi escuela y sobre todo recordar que Antoine de Sanint-Exupery estuvo casado con Consuelo Suncin Sandoval una persona connacional quien también dejo muchas obras literarias en mi país.
Un fuerte abrazo

Alyxandria Faderland dijo...

Ah, que lastima, los tengo en la oficina. Aqui se esta celebrando una exposicion acerca de la Aeropostale, la primera compañia de linea de aviacion, hasta con los aviones originales, videos unicos, y el avion de Saint Exupery. Vere si mañana el dia me da respiro y puedo enviarte los links, al menos por Internet algo es algo. Eso si que es valor, volar como palona suspendido de maderas y telas por sobre el Atlantico o los andes...

Recomenzar dijo...

tus letras y musica me cautivaron

Anónimo dijo...

Hortensias como planetas es una imagen amravillosa.
Felicitaciones por la escritura.

Arturo Ávila Cano dijo...

Hola estimado Juan

Al leer tu post me vino a la mente una frase de ese libro que me ha perseguido desde que me adentré en este mundo de la imagen y que -si no me traiciona la memoria, dice: "Lo esencial es invisible para los ojos, sólo se ve bien con el corazón". Toda una contradicción para el fotógrafo en un inicio, pero cuando el trabajo se vincula con la poesía, cobra total sentido.

Y sobre la Rosa, te envío unas líneas del poeta chileno Vicente Huidobro que tu texto me hizo rememorarlas, y son estas:

Por qué cantaís la rosa, ¡oh Poetas!
Hacedla florecer en el poema;
Sólo para nosotros
Viven todas las cosa bajo el Sol.

EL poeta es un pequeño Dios.

Igual para el fotógrafo, las cosas viven bajo el Sol.

Saludos amigo.

Juan B. Morán dijo...

El honor es mío, Miguel Ángel, tu obra está llena de la gente sencilla, la que se merece estar en las fotografías y cambiar así la representación a la que estamos acostumbrados.

Te enlazo para no perderme ni una sola foto.


Saludos, mi despertar, ahora después me paso por tu casa.

Se bienvenida, Violeta.

Tienes toda la razón, Lobo, si lo esencial es invisible a los ojos... qué hacemos los fotografos, pues creo que intentar hacerlo visible, hacerlo emerger en un rostro, en un paisaje, insinuar su presencia imborrable.

Un abrazo

Marquinho dijo...

El principito... aún resuena en mi interior la magia que me produjo su lectura. Me encantó este post, te dejo un abrazo.

ÍndigoHorizonte dijo...

Pasé por tu casa en el aire, para visitarte a ti, hoy, Juan. En los blogs, las entradas viejas se quedan arrinconadas con sus arrugas, aisladas, como los personajes de tu Principito porque todos tenemos demasiada prisa y vamos a lo último, lo más reciente, aunque veamos en las entradas, llamadas hacia otras miradas, otros espejos. Hoy me decidí a mirar atrás y te encontré, en este principito, o en esa redención por nuestra propia infancia, y yo, que, últimamente me preguntaba si no me estaba haciendo, por fin, vieja (vieja por arrinconada, inapetente de vida, aislada, ausente), y que, una vez más, he redescubierto, gracias a mis alumnos, que aún sigo sorprendiéndome, que guardo en mi cajita parte de la ingenuidad del niño, he disfrutado mucho al leer esta entrada preciosa, en la que le pones colores a la vida adulta, y le devuelves la sonrisa. He disfrutado leyéndote y haciendo míos tus sentimientos y pensamientos, paseándome por las bellas arrugas de tu casa en el aire. Un abrazo, Juan, y gracias. Índigo.