16 junio 2008

Devagar, pelo bairro da Liberdade.

Al señor Koki

Los meses y los días
son viajeros de la eternidad.
El año que se va y el que se viene
también son viajeros.

Matsuo Bashô


I
Entonces lo vi. Un fin de tarde. Sentado en el césped, dos niñas se reían y saltaban a su alrededor. A cada vez que conseguía agarrar a una, se tumbaba suavemente al suelo y, como premio, ganaba besos en las mejillas. El sol, enternecido, resistía a irse. Yo tenía diecisiete y había poco que llegara desde el interior. El anciano japonés, había mucho vivía en São Paulo. Me miró, descubrí bondad y amistad en sus ojos.
II
La mañana llena de niebla anunciaba un lindo día. Mi nuevo amigo me había invitado a conocer el barrio de la Liberdade, quería enseñarme los suyos y la cultura oriental. El primer paseo de muchos por aquellas misteriosas calles.
III
En la región central de la ciudad, de repente los ojos de la gente fueron quedando oblicuos. Disminuí el ritmo de mis pasos intentando aprender la delicadeza de su andar. El aire ganó otros aromas; el paisaje, otras formas y colores.
IV
Él no hablaba bien el portugués. Yo comprendía sus pequeñas historias. Las montañas heladas de su infancia, la guerra y la inmensidad del mar. La nueva tierra, su gran amor y cada uno de los hijos. Las dos niñas saltadoras. Esperanzas. Pedazos de papel colorido daban formas a pájaros y flores.
V
Se pasaron veinte años desde la primera vez que lo vi. De tiempos en tiempos mis pies me llevan de vuelta a las calles del barrio de la Liberdade. Me acuerdo de la bondad de aquel abuelo japonés. Ando despacio.
***



Nota: Las fotografías son de Márcio Scavone, de su libro “Viagem à Liberdade” (Alice Publishing Editora, 2008) e fueron tomadas en el Barrio de la Liberdade en São Paulo, entre 2006 y 2007. La misma obra está actualmente en exposición en el Museu da Casa Brasileira y hace parte de las celebraciones por los cien años de la inmigración japonesa en Brasil.

10 junio 2008

"El beso aquel que quiso
cavar los muertos y sembrar los vivos"
Miguel Hernández



Cuando el alba de una pequeña violeta
acaricia el bosque negro de un pecho de ausencia
alguien regresa a su niñez
y desentierra aquella lágrima que dejo dormida,
se estremecen los navíos que quedaron amarrados
en los puertos del olvido,
aquellos en los que debimos embarcarnos
bebiéndonos de un trago la sangre pálida del miedo.

Entonces tiemblas porque sabes que ya nada es en vano
en mitad de esta luz tan cálida donde despertar soñando
y entregar lo que nunca fue tuyo.