10 octubre 2009

Acróbatas de la vida



Malabaristas de la existencia. Acróbatas que se obedecen sólo a sí mismos en este viaje sobre el vacío, la soledad, el dolor. Equilibristas sobre alambre de espino. Saben que vivir es decir sí y abrazar conscientes este salto mortal sin red. Trapecistas, hijos del aire, porque la gravedad es lo contrario del deseo y el deseo es un manantial que nace en su pecho, nadie sabe qué quiere ni de que patrias oscuras viene, pero habla el mismo lenguaje que el universo, y se lee en una rosa, en el agua débil que todo lo puede, en el bosque salvaje habitado por pájaros de dulces cantos que oímos en la senda única que somos nosotros mismos. Se lee en unos ojos que guardan su inocencia y su presencia. Y se dejan llevar por él no importa a dónde, porque lo que es vital para ellos es el camino, cualquier camino, incluso el más humilde de todos.

Dicen sí, dicen: amo, anhelo, necesito que me sostengas para no sucumbir, mientras bailan un instante en el aire la danza que la gravedad no puede arrebatarles. Ríen en mitad de la oscuridad y su alegría es la mejor estrella que tiembla por su inmensa vitalidad y que guía a los náufragos en las noches. Se dejan volar aunque no tengan alas en los costados, porque saben que sólo existen si son libres y también saben que danzar en el aire es encontrar su verdadero destino. Sólo tienen un impulso milenario y unas manos abiertas con las que asirse y con las que sostener a sus compañeros del aire, con las que dar aquello que nunca fue suyo.

Dicen: vive, vuela, yo no te dejaré caer, mientras ellos también son llevados por otras manos invisibles en el dulce verano como en la tempestad que todo lo arrebata.

Y si caen en su vuelo imposible, en ese salto mortal, se extinguen en el polvo sabiendo que vivir no es otra cosa que arrebatarle a la muerte su sentido. Haber sido el infinito en el instante de una rosa.


















De la serie acróbatas de la vida