26 junio 2009

Papiroflexia, de Beatriz Alonso

El título anuncia un tema que tiene que ver con el arte delicado de dar a un trozo de papel la forma de la imaginación. El escenario es una librería de Madrid, para donde somos invitados, con mucha sensibilidad, a entrar por un momento...
Es para nosotros un honor y una alegría poder presentaros el nuevo cortometraje de Beatriz Alonso. Una pequeña y preciosa historia que nos hace sonreír, la magia del cine nos hablando de las emociones nacen en el cotidiano, en medio de un día cualquier... Gracias Beatriz.

Espero que os guste.



Las paginas de Beatriz:
web: Cartas sin sellos blog: cartas-sin-sellos.blogspot.com

12 junio 2009

Guardado dentro dos olhos

Onde é que guardo o tempo?
Agora posso dizer-vos que é dentro dos olhos.
Fernando Guimarães


foto: Cláudio de Oliveira

I

Encontró una excusa cualquiera para salir a caminar sola. Hacía mucho que no regresaba para aquel pueblo, el corazón se sentía extranjero. Atravesó el pequeño puente en forma de arco, que en realidad había perdido su sentido. Antes servía para que la gente lo atravesara mientras el tren cruzaba la ciudad, ahora los raíles casi no se dejaban ver, tomados por tierra y vegetación. Se paró delante de una casa azul, sus ojos se esforzaron por encontrar alguna señal que le dijera que sí, que era aquel el sitio donde había pasado tantos Veranos. Sus manos tocaron la ventana de aluminio, fría.
Una mujer abrió la puerta y, tras un momento, se reconocieron aunque sin familiaridad. Le invitó a entrar, hablaba bastante y parecía feliz por tener a quien mostrar como había quedado todo después de la reforma - de la manera que lo había soñado cuando compró la propriedad. Y no fue por maldad que completó: “todo quedó tan hermoso, ¿verdad? ni vestigio de la vieja casa de tus abuelos”.
Algo dolió en su pecho, pero fue calidez que inundó su alma cuando llegó al patio. No habían derrumbado la planta de jabuticadas. Los frutos, aún pequeños y muy verdes, se agarraban a las ramas con la fuerza y la fragilidad de la vida. Crecerían rápido y luego se pintarían de casi negro, abrigando en su dulzura un sabor de felicidad. Acarició el tronco del árbol, el sol se escapaba por entre las hojas, haciendo caricias en su rostro. Le nació una sonrisa y el pensamiento de que aquella mujer se engañaba, más que vestigios, la vieja casa todavía existía, bastaba con cerrar los ojos para encontrarla.

II

La ventana de madera había ganado el color verde desde el último Verano. Abría para la calle, encontrando al otro lado casas humildes, árboles, una rosa amarilla intentaba huir por entre las rejas blancas. Hesitó en cerrarla, aquella noche el cielo era un mantel negro bordado de estrellas - y tenía la sensación de que, si se atrevía, podía tocar la luna con sus dedos. Al fin decidió ir a dormir. Flores azules decoraban las sábanas blancas, de donde brotaba el olor de tejido recién lavado y tendido al sol por horas llenas. Todo sería silencio si no fuera la canción lejana de los grillos y, vez en cuando, desde la calle llegaban los sonidos de los pasos sin prisa de los enamorados, a veces una risa dulce de mujer.
Un gallo le despertó junto con la madrugada. Se acordó del tren y una sonrisa posó en sus labios, ya nadie extrañaba que se escapara por aquellas horas.
Abrió con cuidado la puerta de la sala, la calle estaba desierta. Los pies iban desnudos sobre el asfalto tibio y, cuando ocurría de pisar en el césped o en la tierra roja, pequeños estremecimientos recorrían su cuerpo.
Las primeras luces del alba pintaban el cielo cuando se sentó bajo de un árbol, ¿sabéis el perfume que tienen los mangos en enero?. Esperó que el suelo temblara suavemente y una pequeña luz apuntara en el paisaje. El tren nunca paraba en aquel pueblo – puntito sin importancia y perdido en el mapa, un día se lo explicaron. Pero, ah... ¡cómo era hermoso ver el tren atravesar el amanecer! Imaginar la vida de la gente viajera, los sueños que se los llevaban dentro. De estación en estación, de abrazos, lágrimas, de encuentros o despedidas. No se demoraba, pronto él se iba cumpliendo su oficio. Desaparecía en el horizonte y, como si inaugurase la mañana, después ya todo era claridad.
El camino de regreso tenía cielo azul y las primeras ventanas abiertas. Entró en la vieja casa, siguió el olor del de café hasta la cocina y se encontró con la sonrisa de Ana. Con un vestido de muchos colores, los ojos negros, las manos batiendo la manteca con tal naturalidad - cocinar era también su manera de amar, olía a flores y a dulce de leche. José ya llegaba con los panes, con su andar sereno, los ojos azules matizados de dulzura y de una saudade que ni sabía de qué, solía decir que había nacido con él.
Alrededor de la mesa, le tejieron historias de la vida cotidiana, pequeño ritual amoroso con sabor de pan y café. Se dio cuenta del delicado rocío que cubría sus ojos. Por un momento, miró para la puerta de la cocina que, abierta, dejaba entrar la mañana y permitía ver el árbol de jabuticabas – repleto de menudos frutos redondos y negros, pájaros hacían fiesta en sus ramas. Volvió a la alegría de Ana, a la voz suave de José, el aire se llenaba con colores de inolvidable ternura. Dos minúsculas lágrimas mojaron su sonrisa.

(Ella no lo sabía aún, pero en esa época empezaba a tomar consciencia del tiempo y, de alguna manera, a descubrir que todo lo que mirase con amor, existiría para siempre.)