23 noviembre 2009

Mais além dos postais

A vida é o que fazemos dela. As viagens são os viajantes. O que vemos, não
é o que vemos, senão o que somos.

Fernando Pessoa


Y de repente, el corazón se dio cuenta de lo que fue forjado en un tiempo sin tiempo.

Había ahorrado todo un año para un viaje. Me habían contado tantas veces que, en otras partes de este país, el mar tenía azules y verdes más hermosos que en mi imaginación. Nunca me había ido más lejos, tenía veinte y pocos y los recorridos hasta entonces se limitaban al interior de São Paulo, algunas veces a su litoral. Así busqué una oficina de turismo, fue donde una chica distribuyó cuidadosamente sobre la mesa una serie de postales. ¡Ah!... y los ojos se perdieron, fascinados, dentro de los preciosos paisajes. Qué difícil fue elegir tan solo un lugar...

Cuando el avión partió, un pequeño escalofrío tomó cuenta del cuerpo, pero en la llegada era el alma que se estremecía de emoción, el mar cada vez más visible, como queriendo abrazar la hermosa ciudad. Sí, y cuantos matices puede tener el mar... Entonces se siguieron días intensos. Había que despertar temprano, pues a las siete un autobús ya esperaba delante del hotel. El guía, un chico guapo y simpático, nos llevaba de un rincón a otro – playas y iglesias, ruinas y parques, museos y lugares dónde ocurrieron los hechos leídos en los libros de historia. Quedábamos un rato en cada lugar, el tiempo necesario para ver todos los paisajes que ilustraban las postales y, claro, tomar nuestras propias fotos.

Pero al fin del viaje, nuevamente en el avión, yo intentaba traducir lo sentía. Sí, estaba feliz, ver tantas cosas hermosas pintaba la mirada con nuevos colores. ¿Entonces qué es lo que el corazón intentaba hablarme silenciosamente? Era como si me dijera que había faltado algo...

Luego el pensamiento se volvió para aquellos pequeños viajes de infancia. A mi padre le gustaba tanto viajar. Y si la vida humilde no permitía atravesar grandes distancias, nos llevaba a conocer cada pequeña ciudad alrededor de la nuestra. Me acuerdo que salíamos antes del amanecer y muchas veces sin destino cierto, la carretera casi vacía, el sol desparramando sus primeros rayos sobre las plantaciones, acariciando casas, ríos y montañas. Llegábamos a un pueblo cualquier y descubríamos sus calles y plazas, desayunabámos en una panadería o bar. Y yo me admiraba porque sin más, miraba a mi padre y ya estaba él conversando con alguien, contando y escuchando historias - proseando, como se dice por aquí. Y quien desde fuera viese la escena, pensaría tratarse de una charla de amigos de mucho tiempo. Tenía tal vocación para la amistad, que muchas veces luego estábamos comiendo o pasando algunos días en casa de gente que hasta poco, ni sabíamos que existía... Y nunca pude me olvidar de como la emoción inundaba sus ojos oscuros, a cada despedida. Personas antes desconocidas ya le hacían nacer saudades.

Y me di cuenta de que los próximos viajes habrían de ser diferentes. Sin que un autobús me llevara de un lugar a otro con tiempo marcado. Mis horas precisaban de libertad y comprendí que no pasaba nada no pudiera ver todos los paisajes postales, porque el corazón reclamaba por andar sin reloj. Reclamaba por tener tranquilidad para sentir la música del viento, las caricias del sol o el sabor de la lluvia. Reclamaba oír con atención la voz del mar y de los ríos, de los árboles y de la gente. Reclamaba, sobre todo, tener tiempo para la ternura del encuentro.

Si hoy abro mi caja de postales, me emociono. Porque me acuerdo que más allá de los paisajes allí dibujados, mi alma guarda historias que no están en los libros. La anciana que en los atardeceres se sienta al lado de la estatua del poeta. El pescador que colecciona piedras y conchas para el hijo que va a nacer. La niña que es como una sirenita negra nadando en el mar verde. El chico que con sonrisa tímida invita a bailar. La mujer que se ilumina recordando el día en que conoció su amor. El vendedor de collares que regala una cinta de tejido amarillo, asegurando que, envuelta en el pulso, realiza sueños. El hombre del campo que no contiene las lágrimas delante del árbol plantado por su abuelo. Los artesanos que mientras moldan la belleza con las manos, tejen pequeños cuentos cotidianos. Y tantas otras pequeñas historias, tristes o alegres, de la vida común - como la mía o la tuya. Pero a su tiempo extraordinarias, en la belleza de compartir lo que se mantuvo vivo en el corazón (pues, ¿no es verdad que si te cuento una história mía, te regalo un poquito de mí?, ¿y si me cuentas un recuerdo, no me das un poco de ti?).

Link para una canción aquí.