25 abril 2006

Balada por Baltasar Kauser



Gaspar Kauser es un ejemplo de lo que se ha denominado niños “lobo” o en estado salvaje, de los que se han detallado hasta 47 casos, el último en EE.UU en 1970.


Gaspar Kauser fue descubierto en mayo de 1828 en Nuremberg (Alemania), en esa fecha podría tener 17 años. En el momento de su aparición, su dominio del habla era mínimo, pues no pasaba de utilizar muy pocas palabras, entre ellas su nombre, que pronunciaba sin saber qué significaba. Su andar era casi el de un niño que hubiese aprendido sólo los primeros pasos.


Había vivido recluido en un recinto cerrado sin apenas luz, en una especie de prisión, en la que era alimentado por alguien con quien no tenía contacto, quien le dejaba mendrugos de pan y un recipiente lleno de agua, según relató el mismo años después.


Cayó en manos del profesor Daumer quien intentó llevar a cabo un proceso educativo que le permitiera trascender su indigencia afectiva y cognitiva. La casi ausencia de lenguaje impedía la articulación de significados. En el orden afectivo le caracterizaba una profunda incapacidad para desarrollar sentimientos y afectos hacia sí y los demás, salvo la expresión del miedo a lo desconocido que se manifestaba en su rostro.


Daumer consigue en un arduo y penoso proceso la integración personal y social de Gaspar, y con ello la plena adquisición de cualidades humanas que permiten la articulación de una personalidad. Posteriormente Kauser parece incluso tener un afán por el conocimiento y llega a interesarse por la filosofía y las ciencias.


El misterio y el enigma siempre rodearon la vida de Gaspar y al misterio de su origen se añade el de su muerte, pues fue asesinado el 17 de diciembre de 1833, de manera extraña sin que nunca se llegaran a esclarecer los motivos.


El caso de Gaspar y el de otros niños salvajes parece cuestionar a todos los que proclaman al hombre genético como explicación universal de las realidades humanas. La vida trágica de Gaspar viene a decirnos que el ser humano es mucho más complejo que una visión simplista basada en la materialidad de su química, que es el nuevo paradigma que se impone en las ciencias, como antes en el siglo XIX se proclamó al burgués autosuficiente que todo se lo debía a sí mismo y a su talento. En realidad nuestro querido burgués triunfador era el paradigma cultural del hombre darwiniano cuyo mérito es la fuerza del más fuerte frente al débil. La “demostración científica” incluso justificó la colonización y el imperialismo y el arrasar con otras culturas “menos desarrolladas” en la evolución social.


El caso de Gaspar y el de otros niños salvajes parece cuestionar a los que olvidan que el ser humano nace y vive en una urdimbre de significados, de interpretaciones, de creencias que no están escritas en los genes. Si así fuera no existirían las culturas y el hombre sería idéntico en todas partes, los libros de historia, la filosofía sería un simple tratado de zoología. Cada cultura y cada época escribe en un ser humano la manera de percibir el mundo. Una malla que nos rodea invisiblemente como orden oculto y propio, incluso inconsciente. Una red de significados donde también están nuestras vivencias más íntimas que cristalizan en emociones que siempre nos acompañan. Incluso esta malla, especie de hilo de Ariadna del que alguna vez tiramos, puede ser opresiva para uno mismo. Sólo en determinados contextos sociales e históricos el hombre ha querido buscar su propio sentido en esa turbia y tupida red. Es el hombre que aspira a una plenitud en la que es forjador de su propio significado. Y esa aventura le lleva a descubrir el absurdo y la libertad como anhelo, el deseo de un sentido propio. Su arte es su vida hecha contra y en un nuevo orden.


Quizás otro ejemplo que se me ocurre para explicar esta red de significación tiene que ver con la liberación de la mujer. En más de 20 siglos no creo que su biología haya cambiado demasiado y sin embargo la manera de vivirse a sí mismas, sí. De aquellos tratados del siglo XIX donde se la describía como “sexo débil”, una permanente “tendencia a la histeria” que quedaba asociada a su biología, incluso etimológicamente el origen de la palabra histeria está asociada a útero. De esa realidad de partida a la búsqueda de sí mismas y a una reafirmación de su plena igualdad que todavía choca con ciertos paradigmas “científicos”.


Ni siquiera una simple visión biologista del ser humano se sostiene como tal, a menos que olvidemos que nacemos como animales prematuramente, que la evolución humana se basa en que la naturaleza se hace mínima y desarticulada cuando venimos al mundo para que la cultura tenga lugar introyectada en cada uno de nosotros. Que nunca somos ese potro que a las pocas semanas se levanta con esfuerzo y a los pocos meses ya es capaz de dilucidar donde está el peligro para su supervivencia.


Nacemos como criaturas menesterosas y sin una solidaridad primigenia nuestra propia vida no tendría lugar, pereceríamos.... ¿y entonces? ¿dónde está la fuerza y la violencia del más fuerte que le hace sobrevivir?. ¿No será más bien lo contrario, es decir, la ternura lo que nos hace nacer de verdad? Una ternura que hace salir al hombre de su indigencia. Una ternura que no es moneda de cambio, sino capaz de articular una profunda seguridad en nosotros mismos. Una ternura que no es refuerzo, que no es el premio o el castigo, que no es el miedo a no ser querido, fantasma que vela los sueños cual demonio custodio de muchos niños en sus infancias, tanto como el fantasma de la castración que descubrió Freud en las primeras décadas del sigo XX.


La vida trágica de Gaspar Kauser y de otros niños “salvajes” cuestiona paradigmas y nos hace entrever algunas realidades más. Quizás la más radical es que el ser humano nace del encuentro con los demás, pero no de cualquier encuentro pues también sabemos ya a estas alturas que en la infancia ni la violencia y ni el abandono nos hace plenamente humanos, más bien nos alejan de nosotros mismos y nos convierten en seres impedidos en nuestras posibilidades, autodestructivos, depresivos, llenos de profundos miedos afectivos a entablar relaciones donde ponemos en juego nuestra propia estima. Fantasmas que redundan en viejas heridas que nos han constituido, por mucho que ahora también se busque la explicación de estos males en los genes y se quieran curar con química, lo que causaron encuentros primordiales que dejaron una herida permanente que supura a través del tiempo.


Es curioso, también en la literatura universal se ha explorado esta realidad humana, un claro ejemplo es La vida es sueño de Calderón de la Barca. En el drama Segismundo vive una realidad parecida a la Gaspar de la que es salvado por otra realidad ajena a la violencia y la crueldad, el amor.


Quizás también se puede ir un poco más lejos: si la fuerza del más fuerte no es motor de evolución ni personal ni social y sí en cambio la solidaridad, la cooperación, el afecto, los lazos sociales llenos de sentido quizás hay que descubrir que hay una revolución por hacer en estos tiempos solitarios y solipsistas. Una revolución llena de inocencia, incluso divertida y que nos atañe a cada uno, que no usa armas sino sus opuestos: diálogo, comprensión, capacidad de empatía, construir puentes para encuentros significativos, amistad verdadera, apoyo mutuo, respeto profundo ante la diversidad humana, otras maneras de ser y de vivir la afectividad, la búsqueda afanosa de ser uno mismo al lado de los demás y con ellos. Todo ello con más humor que desolación. Todo ello ¿no sería nuestra pequeña y factible contribución a la vida de verdad? A esa vida que ama la vida y que quiere como la ética lo mejor para la vida y lo quiere ahora.

17 abril 2006

Sólo después




Sólo después del largo camino
en los adentros del corazón,
los ojos se abrieron y encontraron,
hasta entonces siempre fueron ciegos.

Sólo después de escuchar el susurro y la canción interior,
todo fue descubrir la música de la intemperie.

El encuentro y la danza de la intimidad y el mundo,
literatura inefable escrita en lo más vivo.

De seres y llamas




















“La vida pide formas indefinidamente para colmarlas y salir luego de ellas, para seguir transitando, según es su esencia –agua que corre incesante. Y la forma se abre y luego se consume, según la ley de lo viviente: alzarse con la vida y abrasarse en ella como llama”

María Zambrano El vaso de Atenas


Y la vida se abre y se toca en un gesto, en su forma de pequeño clamor, envuelta en la luz de su propia llama, en el pequeño silencio de un instante, entonces una mirada basta para descubrir que vivir es un arder contra la nada.

Arde el misterio con la sed del fuego, arden los ojos que buscan incluso llenos de lágrimas. Arde la ternura y su rastro imborrable en nuestros recuerdos más vivos contra la frialdad sentida. Arde el ansia enamorada del vivir que nos lleva y nos arrastra por inciertos caminos, que serán para siempre nuestros.

Y el fruto inmaterial de todo ello es la luz serena que ya no abrasa, convertida en mirada cálida que todo lo descubre.

Nunca es en vano el fuego.

05 abril 2006

Nunca antes dije a nadie



Nunca antes dije a nadie:
me dejaré llevar por tus ojos,
y te seguiré por amaneceres,
por arrabales y naufragios
despojado de asideros y miedos.

Y te seguiré. Iré a ti. Iré contigo.
Y me desvelarás de mi yo dormido.
Me liberarás de palabras viejas y manidas,
amarilleando de desencanto.

Acaso el amor sólo sea
salir de uno mismo,
dejar la casa paterna y la patria,
hacerse viajero
llamado por otras realidades.
Hacerse mestizo,
dejando pasar la vida por nosotros,
sin resistirnos a su clamor
de mar que se desgarra
contra las rocas.