Basta con abrir el viejo libro para tocar el viento de aquel día.
En él habita
seu João. Aún era un misterio de ropas claras, ojos oblicuos y gestos serenos - tan diferente de la profesora anterior, llena de prisas y que conjugaba el verbo
deber como nadie en la escuela. Pues ya se iba la segunda semana de clases y – alegría nuestra - ninguna lección para casa. Recordando bien, ni siquiera en la sala de aula. Parecía que le interesaba menos enseñar gramática y más escuchar
tonterías de niños. Charlas sobre cometas, hormigas, baños de río y piernas lastimadas por caídas de los árboles tenían gran importancia.
Pero, aquel día - viento fuerte, tan fuerte - no fue dedicado a la conversación, o a la prosa, como decía.
Seu João llegó con sus colores claros, nos saludó y se sentó en la mesa. Abrió una sonrisa y un libro de portada verde.
Entonces fuímos a descubrir su don para la hechicería. No había otra explicación. Su voz era un pájaro dando vueltas en el aire y viniendo a posar, inquieto, en algun lugar dentro del pecho. Pues que de repente éramos todos un sólo niño pobre que lustraba zapatos en las calles de la ciudad y hacía confesiones a un árbol. Éramos un Zezé dolorido de miséria y cruel desamor. Corazón aliviado sólo en el encuentro con un viejo portugués - el conocer en fin de la ternura... Y faltaban aún tantas páginas...
Contando histórias, ojos enamorados de palabras,
seu João fue abriendo las puertas de un mundo encantado y sin fronteras, de viajes sin fin. Mientras tanto,
dona Delair, que cuidaba de la Biblioteca, empezó a quejarse a la dirección porque no tenía más sosiego, que necesitaba ayuda, que no podía con la confusión de niños y, ¿qué hambre era aquella de repente por los libros?...
.....
(Un atardecer, muchos años después, en un banco de plaza, le comenté que era culpado de yo no saber regalar otra cosa a un niño que no fuera un libro con una bonita historia dentro. El viejo profesor, mirada amorosa, apretó mis manos con mucha fuerza. Por un largo tiempo. Que dura hasta hoy.)
Mi Planta de Naranja Lima (fragmento)
José Mauro de Vasconcelos
Comimos huevos, salame, banana, pan, como a mí me gustaba. Fuímos a beber agua en el río y volvimos debajo de la Reina Carlota.
Ya se iba a sentar cuando le hice una seña para que se detuviera.
Coloqué la mano en el pecho e hice una reverencia al árbol.
- Majestad, su súbdito, el caballero Manuel Valadares, es el mayor guerrero de la nación Pinagé... Y nos vamos a sentar debajo de la señora.
Nos reímos y luego nos sentamos.
El Portuga se extendió en el suelo, forró con el chaleco una raíz de árbol y dijo:
- Ahora llegó el momento de echarse un sueñecito.
- No tengo ganas de dormir.
- No importa. No voy a dejarte suelto por ahí, travieso como eres.
- Me pasó la mano por encima del pecho y me hizo prisionero. Nos quedamos un largo tiempo mirando cómo las nubes escapaban por entre las ramas de los árboles. Había llegado el momento. Si yo no hablaba ahora, nunca más lo haría.
- ¡Portuga!
- Hummm...
- ¿Estás durmiendo?
- Todavía no.
- ¿Es verdad eso que le dijiste a don Ladislao en la confitería?
- Caramba, son tantas las cosas que le he dicho a don Ladislao en la confitería...
- Sobre mí. Yo escuché. Desde el coche lo oí todo.
- ¿Y qué escuchaste?
- Que me quieres mucho.
- Claro que te quiero. ¿Entonces?
- Me di vuelta sin libertarme de sus brazos. Miré sus ojos semicerrados. Su rostro, así, quedaba más gordo y más parecido al de un rey.
- No, quiero saber a fondo si me quieres.
- Claro que sí, bobito.
Y me apretó más para probar lo que había dicho.
- Estuve pensando seriamente. Tú tienes sólo a esa hija que vive en “El encantado”, ¿no?
- Así es.
- Vives sólo en aquella casa con dos jaulas de pajaritos, ¿verdad?
- Así es.
- Dijiste que no tenías nieto, ¿no?
- Así es.
- ¿Y dices que me quieres?
- Así es.
- Entonces ¿por qué no vas a casa y le pides a papá que me regale a ti?
Quedó tan emocionado que se sentó y me tomó la cara con las dos manos.
- ¿Te gustaría ser mi hijito?
- Uno no puede elegir al padre antes de nacer. Pero si hubiese podido hacerlo te hubiera elegido a ti.
- ¿De veras, muchacho?
- Te lo puedo jurar. Además, sería una persona menos para comer. Te prometo que no hablo ni digo más palabrotas, ni siquiera “traste”. Te lustro los zapatos, cuido de tus pajaritos en la jaula. Me vuelvo totalmente bueno. No va a haber mejor alumno en la escuela. Hago todo, todo bien.
No sabía qué contestar.
- En casa todo el mundo se muere de alegría si pueden darme. Va a ser un alivio. Tengo una hermana, entre Glória y Antonio, que fue dada en el Norte. Fue a vivir con una prima rica para poder estudiar y aprender a ser gente...
El silencio continuaba y sus ojos estaban llenos de lágrimas.
- Y si no me quieren dar, tú me compras. Papá está sin nungun dinero. Seguro que me vende. Si pide muy caro puedes comprarme a crédito, así como hace don Jacobo cuando vende...
Como no respondiera, volví a mi antigua posición y él también.
- Sabes, Portuga, si no me quieres no importa. No quería hacerte llorar...
Acarició muy lentamente mi pelo.
- No se trata de eso, hijo mío. No es eso. La gente no resuelve la vida así, con una sola maniobra. Pero te voy a proponer una cosa. No podré sacarte del lado de tus padres ni de tu casa, aunque me gustaría mucho poder hacerlo. Esto no está bien. Pero de ahora en adelante yo, que te quería como a un hijo, voy a tratarte com o si realmente lo fueras.
Me erguí, exultante.
- ¿Verdad, Portuga?
- Hasta puedo jurar, como tú dices siempre.
Hice una cosa que raramente hacía o me gustaba hacer con mis familiares. Besé su rostro gordo y bondadoso...