30 junio 2006

Raíces



En el camino borrado de un recuerdo,
un niño acude a la hoguera de los atardeceres
en la balconada de una ribera
como se acude a un destino esperado
que estuviese escrito en la sangre y en un sueño,
donde tiemblan los azules y los primeros luceros
y el sol es un caballo rojo de crines de fuego.

Y allí, el niño llora alegre sin preguntarse por qué.
La hermosura sin nombre es la honda caricia
que siente derramarse en la lejanía del horizonte
y en la voz dulce del viento que juega entre los árboles.

Todavía no sabe que esos atardeceres serán sus raíces,
y las raíces las cuerdas de un instrumento
que el paso de los días rasguearán una y otra vez
haciendo brotar los acordes oscuros del corazón,
que dejarán el candil en la ceguera,
el alba de la rosa en la ceniza,
la ternura del dolor prendida en la espina,
el agua frágil de las derrotas
que labrará sobre la roca dura
el oscuro rastro de la belleza peregrina.

Un hombre se adentra en la edad
y después del sueño tras despertar sobre su cama
vuelve a ser por unos instantes un niño que dibuja suavemente
con su mano en el cuerpo desnudo de su compañera
un ser invisible de piernas enjutas
que tiene por corazón un sol intangible.

23 junio 2006

"El mundo es de los que bailan"



Domingo. El viejo se viste con su mejor traje
y antes de salir me dice
"el mundo es de los que bailan"
y se marcha con su nueva novia,
esa mujer que dejó a otro hombre
por irse con él.

Imagino ese viaje que es vuelo y que es baile,
la danza de dos amantes sobre las aguas oscuras,
en el juego de no sucumbir,
la alegría honda que mana contra la piedra inmóvil
que se hunde en los estanques,
el pañuelo que alguna vez secó lágrimas
y contuvo el abismo y su mapa
convertido en la cometa que hondea alegre
de un viejo que fue un niño
que prometió bailar sobre las tempestades
con la alegría honda de los que bailan.

Imagino ese baile sobre lechos
donde el anhelo habita y celebra el encuentro de dos
tarareando viejas canciones
y se compadece de esos amores ridículos
que no pudieron ser, en el erial del nunca,
convertidos en pudrideros dolorosos
donde yacen las sombras que no bailan.

17 junio 2006

Vida de las cartas de amor


La lluvia torrencial diluye la tinta
de las palabras inmóviles de viejas cartas de amor,
palabras ajadas de nuevo vivas, convertidas
en moradas amapolas silvestres
cuyos pétalos antes fueron
la celebración inagotable de un tú,
abrazos estremecidos de enfebrecida carne,
besos dulces de llamas entre los azules inmensos.

Ellas que no tienen vocación de ser vanas,
se escapan fugitivamente con el destino de la lluvia al silencio,
al breve riachuelo, a las callejuelas solitarias, a la tierra al fin.
Y allí aguardarán inefables, siendo la canción callada
de la belleza imprevisible que acecha ser descubierta.

Arrebatarán sigilosamente el corazón de otro hombre
que habitará el insomnio y el delirio hasta rescribirlas.
De ese hombre que se emborrachará hasta la extenuación
de la celebración inagotable de un tú,
de abrazos estremecidos ciertos o anhelados,
de besos dulces de llamas entre los azules inmensos
y escribirá cartas de amor hasta la estación del desamor,
de las lágrimas y las lluvias.

13 junio 2006

Descendió por la soga del miedo



Descendió por la soga del miedo,
esa que ata y une presente y pasado.
Descendió al dolor sordo que no se oye.
Habitó la llaga y la gangrena
que amenaza destruirnos.

Descendió a los infiernos, monte abajo,
atrás, detrás del olvido y del vacío.
Respiró allí la carcoma que lo corroía todo.

El exiliado volvió a su país natal
contra la ley del exilio.

Entró en la desesperanza y su alucinación.
Sabía que sin el encuentro
con el viento estremecedor
el árbol no aprende a ser sí mismo
y las raíces profundas no abrazan
secretamente la tierra más viva.

Descendió para demoler el altar
del dios del destino atroz
y la historia sacrifical.
Para derruir la faz de lo monstruoso
sostenido por nuestro propio miedo,
por nuestro propio odio oculto
contra nosotros mismos.

Y abrió las puertas siempre cerradas
y cavó en la noche oscura de un muerto,
cavó en sus párpados cerrados,
en su mirada hermética sin abrazos.

Cavó sin consuelo en la frustración y la congoja
con el pequeño río rojo de su sangre,
con el minúsculo son del corazón.

Cavó en la extenuación
con el recuerdo del mar y su oleaje,
con su mirada de niño que todo lo descubre,
con su mano abierta para recibir la lluvia,
con la quilla viva de sus sueños despertados.

Cavó en los días vacíos, en los dolores,
en el tedio y en la nada,
en el aldabonazo,
en el dogma y en el naufragio.

Cavó en la férrea alambrada
hecha de maldiciones de espino
que cercan la carne
y son el despojo habitado de la culpa.

Cavó con la fragilidad y el signo en la ruina,
descubriendo las huellas misteriosas de otra existencia,
dejándose arrastrar a otras orillas desconocidas,
en el puerto del miedo y del silencio oscuro.

Cavó en la historia secreta vestida
de los harapos del desamor y las ausencias.

Cavó hasta desenterrar las raíces y recobrarlas,
y dárselas a la desnudez de la luz que anuncia el alba,
y abre el horizonte jamás visto en los ojos
y en la carne como una flor viva,
llena de los senderos de un misterio enardecido
que quiere su despertar y su ser
y su andadura de galope cierto.

Cavó hasta desatar el grito ahogado de un niño,
la lágrima oscura de un dolor,
hecha cortante vidrio duro
contra el animal transparente
que lleva nuestro nombre.

Cavó hasta desenterrar el ser olvidado,
abandonado en el hambre de caricias.
Hasta desenterrar la ceguera
de unos ojos que ignoran la transparente belleza.

Cavó hasta descubrir la incierta realidad
que fue marcada a fuego de desdicha,
tatuaje de la desolación, intrincado laberinto,
que ata con el olvido la memoria.

Cavó hasta desenterrar
las menesterosas monedas
con las que alguna vez pagamos
un alto precio para ser queridos.

Allí, detrás de la negación y el miedo,
cavó acariciando la luz dormida
de la semilla del sueño del hombre entero,
perdida y abandonada en la soledad de la noche ciega.
Cavó hasta encontrar la estrella que lleva al alba
y conduce hasta su manantial a la vida jamás vivida.

03 junio 2006

Miro el crepúsculo desde esta habitación



Miro el crepúsculo desde esta habitación
donde nos amamos contra la historia con mayúscula,
que nunca sabrá de nosotros.

Sólo dos seres entrelazados, cuerpo a cuerpo,
minúsculos, frágiles, pero nunca dos hebras de un jirón
atrapado en alambre de espino,
que el viento agitara al unísono.

En estos besos, en estas caricias,
en esta alegría de albas y ocasos
siento que reconstruimos lo universal
de las pequeñas razones.

Tu risa me devuelve la sonrisa.
Tu mano tocándome
me dice que soy piel y encuentro, alegría.

Al fin ser en un silencio vivo,
plenitud hecha canción para la vida.

Aquí en este lecho anidan las flores,
y algo tiene la misma alma que la lluvia
y el mismo gemido que el volcán.

Sobre este lecho una historia de dos
como dos ríos invisibles sostenidos en el tiempo,
alquimias de la sangre que arde
entre los días azules y grises,
entrecruzando una estela de vida, memoria y sombras,
corazones trenzando la belleza sin nombre,
de un amor naciente sin forma previa ni molde,
que se mira y se encuentra en la llama,
y en la noche, y en el viento que susurra,
y en la delicadeza sagrada del alba,
como en un espejo y un idioma imposible.

Aquí tenuemente nos reconstruye nuestro amor
de no ser amos para el otro,
nos restaura contra el orden de las cosas,
contra la lógica, llenándonos de luz sobre los días.

Aquí sencillamente inocentes,
aquí estremecidos como los primeros
y los últimos seres.

Ser ante tus ojos,
porque tu amor me llama a ser,
a llenar los días azules y grises
tocando el corazón del tiempo.