13 junio 2006

Descendió por la soga del miedo



Descendió por la soga del miedo,
esa que ata y une presente y pasado.
Descendió al dolor sordo que no se oye.
Habitó la llaga y la gangrena
que amenaza destruirnos.

Descendió a los infiernos, monte abajo,
atrás, detrás del olvido y del vacío.
Respiró allí la carcoma que lo corroía todo.

El exiliado volvió a su país natal
contra la ley del exilio.

Entró en la desesperanza y su alucinación.
Sabía que sin el encuentro
con el viento estremecedor
el árbol no aprende a ser sí mismo
y las raíces profundas no abrazan
secretamente la tierra más viva.

Descendió para demoler el altar
del dios del destino atroz
y la historia sacrifical.
Para derruir la faz de lo monstruoso
sostenido por nuestro propio miedo,
por nuestro propio odio oculto
contra nosotros mismos.

Y abrió las puertas siempre cerradas
y cavó en la noche oscura de un muerto,
cavó en sus párpados cerrados,
en su mirada hermética sin abrazos.

Cavó sin consuelo en la frustración y la congoja
con el pequeño río rojo de su sangre,
con el minúsculo son del corazón.

Cavó en la extenuación
con el recuerdo del mar y su oleaje,
con su mirada de niño que todo lo descubre,
con su mano abierta para recibir la lluvia,
con la quilla viva de sus sueños despertados.

Cavó en los días vacíos, en los dolores,
en el tedio y en la nada,
en el aldabonazo,
en el dogma y en el naufragio.

Cavó en la férrea alambrada
hecha de maldiciones de espino
que cercan la carne
y son el despojo habitado de la culpa.

Cavó con la fragilidad y el signo en la ruina,
descubriendo las huellas misteriosas de otra existencia,
dejándose arrastrar a otras orillas desconocidas,
en el puerto del miedo y del silencio oscuro.

Cavó en la historia secreta vestida
de los harapos del desamor y las ausencias.

Cavó hasta desenterrar las raíces y recobrarlas,
y dárselas a la desnudez de la luz que anuncia el alba,
y abre el horizonte jamás visto en los ojos
y en la carne como una flor viva,
llena de los senderos de un misterio enardecido
que quiere su despertar y su ser
y su andadura de galope cierto.

Cavó hasta desatar el grito ahogado de un niño,
la lágrima oscura de un dolor,
hecha cortante vidrio duro
contra el animal transparente
que lleva nuestro nombre.

Cavó hasta desenterrar el ser olvidado,
abandonado en el hambre de caricias.
Hasta desenterrar la ceguera
de unos ojos que ignoran la transparente belleza.

Cavó hasta descubrir la incierta realidad
que fue marcada a fuego de desdicha,
tatuaje de la desolación, intrincado laberinto,
que ata con el olvido la memoria.

Cavó hasta desenterrar
las menesterosas monedas
con las que alguna vez pagamos
un alto precio para ser queridos.

Allí, detrás de la negación y el miedo,
cavó acariciando la luz dormida
de la semilla del sueño del hombre entero,
perdida y abandonada en la soledad de la noche ciega.
Cavó hasta encontrar la estrella que lleva al alba
y conduce hasta su manantial a la vida jamás vivida.

2 comentarios:

CRISK dijo...

Si que han sido altos los precios para ser queridos, hermoso poema.

Juan B. Morán dijo...

Gracias Crisk

Las barreras interiores pudieron ser eso, sencillamente las monedas que pagamos para ser queridos.

Besos