dejo atrás la realidad natal y a mis dioses iracundos
sin la dedicatoria de mis días.
Roto ya el gozne oxidado, sólo quiero ya la rosa.
La rosa que se descifra detrás del miedo,
que llama en el viento, en el horizonte
y vibra en los días sin mentira.
La rosa que es rosa porque se da viva,
más cierta que la rosa misma.
La rosa diminuta y cósmica, la isla del sentido, la ofrenda imprevisible,
la rosa que arde en el rastro de unos ojos sinceros;
la rosa que es un dibujo en el vaho de los días vacíos
por el que se ve la desnudez de la nada y el camino único
que nos espera en algún lugar como una mano tendida,
como un lecho donde alguien dibuja nuestro hueco que le falta.
La rosa salvaje que se desanuda en las palabras,
que vive en los besos como animal indómito
y urde y teje el símbolo y el signo de las entrañas.
La rosa perdida que no nos abandona; la rosa traducida
en el hondo río de la vida, en el anhelo del corazón;
la rosa universal que todos los seres conocen
en el silencio en el que lo inaudito
nos desarma y nos desnuda de viejas razones;
la rosa que nos despierta y nos vuelve la rosa única.
La rosa, la pregunta que nos interroga y nos hace renacer.
La rosa, las entrelíneas de una carta de amor
que no nos atrevimos a escribir nunca.
La rosa única de un encuentro,
la rosa, la senda de tu misterio,
celebración de que tú eres la rosa,
simple y sencillamente tú.
La rosa, animal despertado de su ausencia
con su delirio y su sed de vida.
Niño que fuimos alguna vez que viene a visitarnos,
y nos trae un pájaro de nubes entre las manos.
Sólo quiero ya la rosa, tu misterio de rosa,
tu forma de rosa, tu sed de rosa.
